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miércoles, 13 de diciembre de 2017

Los Jinetes de la Cocaína (PDF)


El 9 de agosto de 1986 fue asesinado en Medellín Isaac Guttnan Esternbergef. Era el creador de la máquina de muerte más violenta que haya conocido el país: la escuela de los sicarios de la motocicleta.

Ese mismo día desapareció sobre la selva del Guaviare la avioneta en que se transportaba Camilo Rivera González, un veterano traficante de cocaína entre Bolivia y Leticia. Su hermano, Vicente Wilson, también desapareció. Fue localizado seis meses más tarde en Panamá, país en el que se había nacionalizado.

Todos eran empleados del Cartel de Medellín. El 17 de noviembre fue baleado el coronel Jaime Ramírez Gómez, testigo clave en el asesinato del ministro de Justicia Rodrigo Lara, y quien desde cuatro meses antes sabía, por un oficial infiltrado en la organización del narcotraficante Pablo Escobar, que también lo iban a asesinar.

Exactamente un mes más tarde las balas impunes de los sicarios arrebataron la vida al valiente director de El Espectador y formidable maestro, Don Guillermo Cano Isaza, mi jefe.

Los tres, Rodrigo Lara, Jaime Ramírez y Don Guillermo, tenían un punto en común: la vida la entendieron siempre como una lucha, y desde la trinchera que les fijó el destino, denunciaron con nombre propio, a delincuentes como Escobar, Guttnan y los Rivera.

Pero su valentía, derivada del compromiso vital que se habían dado, parece no haber sido medido por la misma sociedad por la cual se sacrificaron: querían advertirle a sus hombres de bien, que los narcotraficantes hablan decidido comprar el país.

Colombia, hoy enfrentada a una "multípolarización" de fuerzas violentas, presencia, inerme, cómo los narcotraficantes se han arrogado la administración de justicia, que aplican con sus propios jueces y ejecutan sus propios sicarios, en lo que han dado en denominar con altisonancia guerrillera sus "operaciones militares".

Fuerzas políticas independientes han visto diezmar sus dirigentes, en una guerra sucia sin cuartel y sin principios. Desde la izquierda, como la Unión Patriótica, que ha tributado más de 100 de sus 450 asesinados, en un enfrentamiento con el narcotraficante Gonzalo Rodríguez Gacha, como lo denunciara con inusual valentía el ministro Enrique Low Murtra.

Así fue acribillado el coordinador nacional de la UP, el exmagistrado Jaime Pardo Leal. Y también desde el otro extremo, han sido asesinados, impunemente, hombres como el controvertido congresista Pablo Emilio Guarín.

Todos los estamentos sociales del país tienen algún muerto que llorar. Tras buena parte de ellos se encuentran el dinero y la acción misma de los traficantes de cocaína, que buscan aliarse, a cualquier precio, con quien sirva a sus bajos e insaciables intereses: por lo pronto, adueñarse del único país que parece decidido a no extraditarlos para que sean juzgados donde no pueden amedrentar ni sobornar a sus jueces: los Estados Unidos.

Ningún periodista puede tolerar que existan en el país temas tabú, y el de la mafia pretende ser el primero.

El trabajo periodístico que hoy presento al veredicto de mis lectores, es producto del seguimiento de la expansión de la mafia durante 10 años y, ante todo, de los documentos oficiales que, en vida, tuvieron la previsión de entregarme Rodrigo Lara y Jaime Ramírez.

Tras este libro no hay más que una diáfana intención: la de desnudar ante el país a quienes se pretende en ocasiones exhibir como modernos Robin Hoods, cuando su propia historia los muestra como asesinos inclementes.

Para ellos, los mafiosos, los derechos a la vida, a la democracia, a la libertad de prensa y expresión, no son más que mercancías, susceptibles por lo tanto de alquilar.

Por FABIO CASTILLO

Bogotá, Noviembre 18 de 1987

Esta historia continúa y se pone interesante. DESCARGA el resto del libro que ha sido muy interesante. Espero que lo sea para ti también. Disfrútalo GRATIS.


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