El 9 de agosto de 1986 fue asesinado en Medellín Isaac Guttnan Esternbergef. Era el creador de la máquina de muerte más violenta que haya conocido el país: la escuela de los sicarios de la motocicleta.
Ese
mismo día desapareció sobre la selva del Guaviare la avioneta en que se
transportaba Camilo Rivera González, un veterano traficante de cocaína entre
Bolivia y Leticia. Su hermano, Vicente Wilson, también desapareció. Fue
localizado seis meses más tarde en Panamá, país en el que se había
nacionalizado.
Todos
eran empleados del Cartel de Medellín. El 17 de noviembre fue baleado el
coronel Jaime Ramírez Gómez, testigo clave en el asesinato del ministro de
Justicia Rodrigo Lara, y quien desde cuatro meses antes sabía, por un oficial
infiltrado en la organización del narcotraficante Pablo Escobar, que también lo
iban a asesinar.
Exactamente
un mes más tarde las balas impunes de los sicarios arrebataron la vida al
valiente director de El Espectador y formidable maestro, Don Guillermo Cano
Isaza, mi jefe.
Los
tres, Rodrigo Lara, Jaime Ramírez y Don Guillermo, tenían un punto en común: la
vida la entendieron siempre como una lucha, y desde la trinchera que les fijó
el destino, denunciaron con nombre propio, a delincuentes como Escobar, Guttnan
y los Rivera.
Pero
su valentía, derivada del compromiso vital que se habían dado, parece no haber
sido medido por la misma sociedad por la cual se sacrificaron: querían
advertirle a sus hombres de bien, que los narcotraficantes hablan decidido
comprar el país.
Colombia,
hoy enfrentada a una "multípolarización" de fuerzas violentas,
presencia, inerme, cómo los narcotraficantes se han arrogado la administración
de justicia, que aplican con sus propios jueces y ejecutan sus propios
sicarios, en lo que han dado en denominar con altisonancia guerrillera sus
"operaciones militares".
Fuerzas
políticas independientes han visto diezmar sus dirigentes, en una guerra sucia
sin cuartel y sin principios. Desde la izquierda, como la Unión Patriótica, que
ha tributado más de 100 de sus 450 asesinados, en un enfrentamiento con el
narcotraficante Gonzalo Rodríguez Gacha, como lo denunciara con inusual
valentía el ministro Enrique Low Murtra.
Así
fue acribillado el coordinador nacional de la UP, el exmagistrado Jaime Pardo
Leal. Y también desde el otro extremo, han sido asesinados, impunemente,
hombres como el controvertido congresista Pablo Emilio Guarín.
Todos
los estamentos sociales del país tienen algún muerto que llorar. Tras buena
parte de ellos se encuentran el dinero y la acción misma de los traficantes de
cocaína, que buscan aliarse, a cualquier precio, con quien sirva a sus bajos e
insaciables intereses: por lo pronto, adueñarse del único país que parece
decidido a no extraditarlos para que sean juzgados donde no pueden amedrentar
ni sobornar a sus jueces: los Estados Unidos.
Ningún
periodista puede tolerar que existan en el país temas tabú, y el de la mafia
pretende ser el primero.
El
trabajo periodístico que hoy presento al veredicto de mis lectores, es producto
del seguimiento de la expansión de la mafia durante 10 años y, ante todo, de
los documentos oficiales que, en vida, tuvieron la previsión de entregarme
Rodrigo Lara y Jaime Ramírez.
Tras
este libro no hay más que una diáfana intención: la de desnudar ante el país a
quienes se pretende en ocasiones exhibir como modernos Robin Hoods, cuando su
propia historia los muestra como asesinos inclementes.
Para
ellos, los mafiosos, los derechos a la vida, a la democracia, a la libertad de
prensa y expresión, no son más que mercancías, susceptibles por lo tanto de
alquilar.
Por
FABIO CASTILLO
Bogotá,
Noviembre 18 de 1987
Esta
historia continúa y se pone interesante. DESCARGA
el resto del libro que ha sido muy interesante. Espero que lo sea para ti
también. Disfrútalo GRATIS.
Interesante relato. No dejes de leerlo.
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